COMBUSTIBLE DE PLANTAS ARTIFICIALES

Una estrategia que imita la fotosíntesis convierte el dióxido de carbono en combustibles Foto pixabay



Las hojas de las plantas aprovechan la energía del sol para transformar el CO₂, en los carbohidratos que necesitan. Durante decenios los científicos han intentado idear un proceso similar con el fin de generar combustible que pueda almacenarse para su uso posterior. Ello resolvería uno de los principales inconvenientes que plantea la generación solar y eólica, ya que proporcionaría una manera de guardar la energía para cuando no brille el sol ni sople el viento.

A lo largo de los años numerosos investigadores han contribuido al desarrollo de una forma de fotosíntesis artificial consistente en disociar, mediante la acción de catalizadores activados por la luz del sol, las moléculas de agua en oxígeno e hidrógeno. La fotosíntesis real se encontraría un paso más cerca si dicho hidrógeno se empleara en una reacción de reducción para convertir el CO₂ en hidrocarburos. Al igual que una verdadera hoja, ese proceso solo usaría CO₂, agua y la luz del sol para producir combustible. Tal logro supondría una revolución, puesto que permitiría crear un sistema cerrado en el que el CO₂ emitido en la combustión volvería a transformarse en combustible en vez de sumarse a los gases de efecto invernadero ya presentes en la atmósfera. Varios investigadores persiguen ese objetivo. Hace poco, un grupo demostró la posibilidad de combinar en un solo sistema muy eficiente la descomposición del agua y la conversión de CO₂, en combustible. En un artículo publicado en junio de 2016 en Science, Daniel G. Nocera y Pamela A. Silver, de Harvard, y sus colaboradores describieron una técnica para fabricar combustible líquido (aceite de fusel) que superaba con creces la conversión de CO₂, en carbohidratos en una hoja natural: mientras que una planta usa solo el 1 por ciento de la energía que recibe del sol para producir glucosa, la nueva técnica logró una eficiencia de conversión a combustible de en torno al 10 por ciento.



Los investigadores combinaron la técnica de fotolisis del agua (diseñada para utilizar solo materiales biocompatibles y evitar que se originen compuestos tóxicos) con bacterias modificadas ex profeso para producir combustible. Para su sorpresa, los microorganismos generaron una amplia variedad de combustibles y otros compuestos incluso a bajas concentraciones de CO₂. El proceso está listo para su aplicación a mayor escala, hasta el punto de que los catalizadores ya contienen metales baratos y fáciles de obtener. Sin embargo, todavía es necesario aumentar de manera sustancial la producción de combustible. Nocera asegura que su equipo ya trabaja en un prototipo y que está en negociaciones con varias empresas. Pero el experto mira aún más allá. Además de generar de forma sostenible hidrogeno y combustibles ricos en carbono, ha demostrado que, con otro tipo de bacterias modificadas, resulta posible obtener abonos nitrogenados directamente en el suelo, una estrategia que aumentaría el rendimiento de los cultivos allí donde no sea fácil disponer de abonos al uso. Los microorganismos usan el hidrogeno y el CO₂ para formar cierto tipo de plástico biológico. Una vez que la bacteria contiene suficiente plástico, ya no necesita la luz del sol, por lo que puede enterrarse en el suelo. Tras extraer nitrógeno del aire, aprovecha la energía y el hidrogeno del plástico para producir el abono. Rábanos que fueron cultivados en una sierra con estos microorganismos acabaron pesando un 150 por ciento más que  las plantas de control.






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