Desde
los tiempos más remotos se sabe que el frio conserva los alimentos. A lo largo
de los siglos la humanidad recurrió a la nieve para conservar ciertos víveres
como prueba, por ejemplo, unos recipientes destinados a almacenar nieve descubiertos
en los sótanos de la villa de Adriano, en Roma. Hacia 1660, el italiano Zimara
recomendaba utilizar una mezcla de nieve y salitre como elemento refrigerante. Más
tarde se descubrió, empíricamente, que la evaporación rápida de salmuera caliente
provocaba una absorción de calorías. Este procedimiento, que se inspiraba tanto
en el de Zimara como el las alcarrazas Turcas (recipientes realizados en barro
poroso que mantiene siempre fresca el agua que contiene al evaporarse la que
rezuma al exterior), desemboco en el siglo XVIII en los primeros intentos de refrigeración
controlada. Estas primicias de la refrigeración moderna quedaron en principio
reservadas a los pasteleros, que empezaron a ofrecer a su clientela los
primeros sorbetes helados.
A
principios del siglo XIX, la extensión progresiva de esta técnica permitió
fabricar por primera vez hielo artificial en bloques. Este se obtenía en
cajones metálicos herméticos, llenos de agua pura, que se sumergía en baños de
salmuera recorridos por una serie de canalizaciones a través de las cuales
circulaba vapor; la salmera se evaporaba entonces rápidamente, haciendo que el
agua contenida en los cajones se congelara. En la década de 1830, la introducción
de las máquinas de vapor y luego de la electricidad, permitieron la producción industrial
de hielo. Este se comercializaba inicialmente para el consumo del público, pero
pronto comenzaron también a construirse en las ciudades grandes cámaras frías subterráneas
que recibieron le nombre de neveras.
En
1857, el francés Ferdinand Carré invento la refrigeración por compresión,
inaugurando la era de la refrigeración moderna su sistema se basaba en la distribución
de un líquido volátil, en este caso el amoniaco, a través de una serie de
canalizaciones que recorrían el local a refrigerar. El principio que lo
sustenta es el mismo: un cuerpo que se evapora absorbe calor, Carré descubrió que
es posible acelerar su evaporación haciendo el vacío encima del líquido en cuestión,
para lo que utilizo un compresor. Al principio su instalación parece fabricar
hielo industrial era, evidentemente, fija. En 1873, el alemán Karl Von Linde abordo el
problema de los refrigeradores móviles utilizando primeros éter metílico, pero después
de comprobar que entrañaba riesgos de explosión decidió utilizar también el
amoniaco, como había hecho Carré. A partir de entonces fue posible equipar
vagones de tren y navíos con cámaras frigoríficas para el transporte masivo de
productos perecederos.
Desde
1851 ya existían en los Estados Unidos vagones especiales para el transporte
industrial de mantequilla a grandes distancias; eran de madera y para su refrigeración
se utilizaba hielo introducido en recipientes llenos de serrín. A partir de
1873 fue posible transportar grandes cargamentos de carne congelada a través de
atlántico. El primer navíos refrigerador fue el Paraguay que desde 1877 se encargó
de transportar carne de Argentina con destino al mercado Francés; de hecho, fue
Carré quien se encargó del equipamiento del navío.
Es
posible que el principio de la refrigeración fuera inventado en China. En
efecto el siglo XIV Marco Polo trajo de este país el secreto de la fabricación de
sorbetes de leche, que podría estar fundado en el principio de la evaporación de
la salmuera. Los chinos, que hacían un amplio uso de la salmuera para la conservación
de los alimentos, no podrían haber dejado de observar las propiedades
refrigerantes que este poseía.
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